Agosto 11 de 2021 (Don Néstor S. Chávez Gradilla [Cronista
Municipal de Acaponeta]: - Agustín Borrego Rivas, era originario de Mapimí,
Durango, y allá en su estado natal trabajó como telegrafista, concretamente en
Gómez Palacios, Durango.
Posteriormente, en 1908, llegó al estado de Sinaloa, a la
Cruz de Elota donde asumió el cargo de Jefe de Estación, luego en 1919 fue
enviado a Acaponeta para ocupar el mismo cargo y aquí permaneció hasta el final
de su existencia, su muerte acaeció un 25 de marzo de 1934.
Es importante mencionar que Agustín Borrego no fue el primer
Jefe de Estación en Acaponeta, sino que le sucedió en el cargo a Don José
Franklin Magallanes y a éste le siguió el señor Nicolás Díaz Quintero, en
consecuencia, Don Agustín Borrego fue el tercer Jefe de Estación del
Ferrocarril.
Agustín Borrego fue un férreo impulsor del sindicalismo,
pero también en este renglón destaca la figura de Sebastián Marroquín Noriega,
quien participó en la constitución del Sindicato de Cargadores y Carretoneros
de Acaponeta, con la conformación del sindicato se logró el establecimiento de
tarifas justas para que los trabajadores recibieran un salario digno y
decoroso.
Con la desaparición física de Don Agustín Borrego, el
sindicato cambió su nombre por el de “Sindicato de Cargadores y Alijadores
Agustín Borrego de Acaponeta,” en memoria de este luchador social que aportó
mucho a la vida de los trabajadores ferroviarios, fue tanto el aprecio que se
ganó el duranguense, que sus compañeros decidieron ponerle su nombre a una
calle de Acaponeta, precisamente situada al margen de la vía del ferrocarril.
Mientras, Sebastián Marroquín Noriega tenía una carreta y en
ella transportaba mercancías del ferrocarril. Cuando Don Sebastián Marroquín ya
no pudo—seguramente por sus años—continuar con su trabajo, su hijo Agustín
Marroquín Gómez, se hizo cargo de la responsabilidad que le dejara su padre, lo
hizo prácticamente toda su vida.
Los trenes con máquinas de vapor que transitaban por
Acaponeta usaban como combustible la hulla, o carbón de piedra que producía un
humo espeso, negro y asfixiante. La fuerza energética que generaba el vapor de
las calderas era tanto que las máquinas llegaban a jalar hasta cincuenta
furgones cargados.
Poco después, comenzaron a usarse los trenes mixtos, los
cuales traían unos cinco vagones de pasajeros y detrás de estos otros vagones
especialmente para carga. Cuando era necesario tirar un número mayor de
furgones cargados, se les reforzaba con dos máquinas.
En 1927, arribó a Acaponeta procedente de Ameca, Jalisco,
Don Pedro M. Navarro, quien compró una amplia construcción con portal de madera
y teja, ubicada justamente frente a la estación del ferrocarril, en la esquina
que forman las calles Agustín Borrego y Zacatecas. El inmueble era propiedad de
una señora conocida solamente como Doña Chana.
En ese lugar, Don Pedro M. Navarro, fundó un almacén o
expendio para la venta de todo tipo de mercancías, luego firmaría un convenio
con los propietarios del Ferrocarril para abastecer a todos los trabajadores
del Sud Pacífico, se dice que este negocio establecido por Pedro M. Navarro
llegó a tener un gran éxito por la afluencia de trabajadores y pasajeros que
aprovechaban la escala o la parada del tren para surtirse de alguna mercancía.
Al regularizarse el transporte ferroviario, comenzaron a
funcionar los trenes de carga a los cuales se les adicionó una mayor cantidad
de furgones a medida que se incrementaba el servicio.
En aquellos tiempos, las máquinas se movían a base de vapor
de agua, por ello se les identificaba como máquinas de vapor.
Donde termina la calle Veracruz, al norte de la ciudad,
justamente adonde llega la vía, se encontraba un enorme tanque con agua al que
la gente “bautizó” como el "tambo del ferrocarril".
En ese lugar se detenían las máquinas para abastecerse de
agua. Para llenar de agua a ese enorme tanque, se bombeaba desde una noria que
se encontraba al pie del Arroyo de La Viejita, donde actualmente se encuentra
la capilla en la colonia conocida como INVINAY. Posteriormente, estas
instalaciones se trasladaron junto al río.
La bomba estaba entonces prácticamente en las faldas del
cerro, a la entrada del puente del Ferrocarril, y extraía agua del lecho del
río, junto a los tambos que resisten el peso del puente.
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