
Cuando Octavio Paz escribió El
laberinto de la soledad hubo quien dijo que era una elegante mentada de
madre al mexicano (de hecho, puede que lo sea).
Ese libro, que le dio fama mundial y despejó su camino hacia el nobel de
literatura, se lee poco en México porque dice cosas negativas de nosotros.
Optamos por la versión de Chava Flores quien decía: “Puede hablar de México
quien lo conoce, pero sólo debe de hablar de México quien lo ama”. Claro bajo
el concepto de que el amor es ciego, se pretende que quien ama a nuestro país
diga solo cosas hermosas de el, aunque para ello mienta.

Nos gusta
repetir que tenemos un pasado glorioso
y, entonces, hablamos de los mayas, de
los aztecas y demás culturas mesoamericanas, pero nunca reflexionamos sobre el
hecho de que los aztecas eran aztecas y los mayas eran mayas… y ninguno de esos
pueblos eran mexicanos, por mas que la historia posrevolucionaria se haya
empeñado en inculcarnos el espíritu de
de aztecas conquistados; y con eso, nos heredó el conflicto de identidad que
nos hace aferrarnos a lo indígena y no reconocer nuestra herencia hispana.
Seguramente
fuimos una sociedad con grandes valores familiares, trabajadores, buenos
anfitriones, creativos y todo lo demás… bueno, hasta gigantes de la
Concacaf. Nos deleita, además,
compararnos con el gringo y, ante su poderío económico, usamos el poderío
moral: “tendrán mucho dinero –decimos- pero carecen de valores familiares…” sin
embargo, nosotros hemos ido perdiendo tales valores: nuestro país, donde dos de
cada tres matrimonios terminan en divorcio, padece uno de los mayores
índices de violencia intrafamiliar. Así pues, ¿a qué valores familiares nos
referimos?.

Nos decimos solidarios, pero creemos que “al que agandalla,
Dios lo acompaña”. ¿Y que decir de nuestro concepto de creatividad, que se
devalúa con juicios como “quedó hecho a la mexicana”, o sea que fue improvisado
y al “ahí se va”? nos creemos machos galantes como Jorge Negrete, pero cantamos
que “con dinero o sin dinero, sin trono ni reina o alguien que nos mantenga,
somos el rey”, y envilecemos así nuestra idea sobre la mujer. Presumimos de ser
“pobres, pero honrados”, pero no nos damos cuenta de que el culto a la pobreza
y el desprecio hacia la riqueza nos tienen hundidos.

La nuestra es una historia triunfalista con próceres gloriosos e
inmaculados. Ante este tipo de críticas surge el enojo de muchos mexicanos;
pero hay una lógica innegable: si fuéramos todo lo que decimos que somos,
nuestro país seria una potencia mundial… pero no lo es.
Ante ese argumento, nos escudamos en teorías de la conspiración: el árbitro (en el futbol),
los jueces, los ricos, el capitalismo, la globalización, el gobierno, Salinas
de Gortari, los gringos, los extranjeros, los vendepatrias… por encima de todos
ellos está el pretexto histórico por
excelencia: ¡somos un pueblo conquistado y los gachupines tienen la culpa de todo! Pero en realidad,
cualquiera sirve como chivo expiatorio para justificar nuestra alicaída
realidad y para que sigamos viviendo en el mito.

Si
digo tantas cosas terribles es porque creo que nuestro México necesita estas
verdades. ¿no es envidiable que China haya logrado avances que colocan su economía muy por encima de la nuestra y la
de algunas naciones desarrolladas, cuando estaba en la miseria hace alguna décadas? ¿no es profundamente revelador que la
república de Angola, en África, crezca más que nosotros? ¿y que nos dice el
caso de España que hace cuarenta años echaba migrantes y ahora es un
inversionista mundial? ¿Y que hay de
nosotros. Que hasta hace unas décadas recibíamos migrantes y ahora arrojamos
millones de braceros hacia el norte?
¿No
habría que preguntarse como es que Irlanda y sus obstinados bebedores de
cerveza lograron ponerse de acuerdo situando en primer plano el
bienestar de su país, y que esto haya generado el milagro irlandés? (que no fue
causado por san patricio sino por los propios irlandeses) ¿no es admirable que
un pantano como Singapur, del tamaño del Distrito Federal y que hace cuarenta
años no tenia futuro alguno, genere mas riqueza que toda la república mexicana?
¿o que Vietnam, destruido por una guerra que duro treinta años, haya logrado
abatir la miseria en un grado mayor que nosotros?
Ante tales interrogantes, surgen otras. ¿Será que México esta hundido en
su pasado, con un ancla enorme y una gran venda en los ojos? ¿O tal vez no ha
superado los golpes como forma de enfrentar los conflictos y vive del mito de
si mismo, sin mirarse en el espejo de su realidad? ¿Por qué en México las
declaraciones son más importantes que los hechos? ¿Por qué será que cuando festejamos nuestra
independencia o nuestra revolución los mexicanos sentimos la necesidad de
reafirmar nuestra identidad de forma agresiva y gritamos: “¡viva México,
cabrones!”?

Voltear
al pasado nos ayuda a comprender la vida, pero mirar al futuro nos impulsa a
luchar por una vida mejor. Juárez, afirmaba que
“futuro y no pasado es lo que México necesita” podemos aceptar que
estamos como estamos, porque somos como somos, o vivir en la fantasía de que
somos lo máximo, aunque el mundo entero nos demuestre lo contrario.
La
pregunta obligada es: ¿porque somos así? ¿Cómo es que Octavio Paz, Samuel Ramos
y otros tantos estudiosos de la psicología del mexicano concuerdan en que somos
desconfiados, individualistas, con visión a corto plazo, taimados, solitarios,
con crisis de identidad, trauma de conquistados, complejo de inferioridad? ¡Que
malos mexicanos eran Ramos y Paz por decir esas cosas horribles. ¿Cómo es que algunos culpan a la genética,
otros a la cultura, casi todos a la conquista española o a una conspiración de
los gringos?

Tenemos ideas muy arraigadas en nuestro
inconsciente colectivo: que descendemos de los aztecas; que nos conquistaron
los españoles; que Cuauhtémoc es el primer gran héroe mexicano; que nuestro
pasado fue glorioso; que somos los consentidos de la virgencita; que el
virreinato es una etapa oscuro de dominio por parte del invasor español; que
Hidalgo fue el padre de la patria y lucho por la independencia; que Agustín de
Iturbide… (Momento, ¿ese quién es?); que Santa Anna vendió la mitad del
territorio mexicano; que los gringos nos quitaron medio país con premeditación,
alevosía y ventaja; que existieron los Niños Héroes; que Juárez fue un pastorcito sacrosanto que llego a presidente,
que fue glorioso, que vio por los indígenas; que Porfirio Díaz fue un terrible
dictador y que tuvimos una gloriosa revolución que lo quitó del poder y nos
llevo a la modernidad y a la justicia social.

La historia forma parte el alma
colectiva de un pueblo, forma nuestras ideas, nuestros principios y
valores. Una determinada visión de la historia puede catapultarnos al progreso
o anclarnos a las supuestas glorias del pasado, permitirnos triunfos o
derrotas, sueños o proyectos. Digámoslo
con todas sus letras: la versión oficial de la historia generó en nuestro
pueblo un complejo de inferioridad, una crisis de identidad, el trauma de
conquistado, la inmadurez crónica, el individualismo y la apatía.
Los mitos modernos de los pueblos están plasmados en su historia; es en
ella donde se plantean ciertos arquetipos básicos (imágenes con valor
simbólico) que forman parte del
inconsciente colectivo, como los héroes, los villanos y los traidores. Por todo
eso, es fundamental hacer los análisis correspondientes para intentar cambiar
la personalidad del mexicano, ya que esa forma de pensar es una de las razones
que han frenado nuestro desarrollo como nación.
Así
pues, la historia, como la de todas naciones y países, está llena mitos, de
leyendas…, y de mentiras. Algunos surgieron entre el pueblo, otros fueron
creados en las cúpulas de poder; unos son inocentes y otros, terriblemente
perjudiciales. Finalmente, todos ellos conforman nuestro ser histórico y nos
dan identidad. Amar a nuestro México implica no solo decir
las cosas buenas de él, sino también decir la verdad, enfrentarla, aunque duela
y solo entonces superarla.
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