lunes, 14 de mayo de 2012

EL MEXICANO Y EL MITO DE SI MISMO...ALGO PARA MEDITAR


Acaponeta, Nayarit; Mayo 13 de 2012 (Aurelio Marmaceda):-- Fiesteros, confiados, amistosos, ingeniosos, anfitriones de primera, con sólidos valores familiares, unidos, trabajadores, solidarios y gigantes de la Concacaf…, son algunas de las tantas mentiras o mitos que nos entusiasma repetir sobre nosotros mismos, aunque ninguna sea verdad. De hecho, no hacerlo nos convierte en antipatriotas ante los ojos de muchos de nuestras coterráneos.


Cuando Octavio Paz escribió El laberinto de la soledad hubo quien dijo que era una elegante mentada de madre al mexicano (de hecho, puede que lo sea).  Ese libro, que le dio fama mundial y despejó su camino hacia el nobel de literatura, se lee poco en México porque dice cosas negativas de nosotros. 


Optamos por la versión de Chava Flores quien decía: “Puede hablar de México quien lo conoce, pero sólo debe de hablar de México quien lo ama”. Claro bajo el concepto de que el amor es ciego, se pretende que quien ama a nuestro país diga solo cosas hermosas de el, aunque para ello mienta.


A los mexicanos nos encanta vivir en el pasado, lo que quizá es consecuencia de que  nuestro futuro, nunca tiene buenas expectativas. Lo malo es que nos aferramos a un pasado que ya se fue o que de plano nunca existió. 


Nos gusta repetir que tenemos un pasado  glorioso y, entonces, hablamos  de los mayas, de los aztecas y demás culturas mesoamericanas, pero nunca reflexionamos sobre el hecho de que los aztecas eran aztecas y los mayas eran mayas… y ninguno de esos pueblos eran mexicanos, por mas que la historia posrevolucionaria se haya empeñado en inculcarnos el  espíritu de de aztecas conquistados; y con eso, nos heredó el conflicto de identidad que nos hace aferrarnos a lo indígena y no reconocer nuestra herencia hispana.

           
Seguramente fuimos una sociedad con grandes valores familiares, trabajadores, buenos anfitriones, creativos y todo lo demás… bueno, hasta gigantes de la Concacaf.  Nos deleita, además, compararnos con el gringo y, ante su poderío económico, usamos el poderío moral: “tendrán mucho dinero –decimos- pero carecen de valores familiares…” sin embargo, nosotros hemos ido perdiendo tales valores: nuestro país, donde  dos de  cada tres matrimonios terminan en divorcio, padece uno de los mayores índices de violencia intrafamiliar. Así pues, ¿a qué valores familiares nos referimos?.  


Hablamos de valores sociales, y lo que tenemos son golpes, drogas, divorcios, embarazos a los 14 años, violencia activa y pasiva, pederastia en todos los niveles.  Hablamos de honestidad, pero no son pocos los que siguen como un credo personal la frase “el que no transa, no avanza”. Hablamos de nuestra laboriosidad pero muchos piensan que “al que no madruga, Dios lo arruga”. 


Nos decimos solidarios, pero creemos que “al que agandalla, Dios lo acompaña”. ¿Y que decir de nuestro concepto de creatividad, que se devalúa con juicios como “quedó hecho a la mexicana”, o sea que fue improvisado y al “ahí se va”? nos creemos machos galantes como Jorge Negrete, pero cantamos que “con dinero o sin dinero, sin trono ni reina o alguien que nos mantenga, somos el rey”, y envilecemos así nuestra idea sobre la mujer. Presumimos de ser “pobres, pero honrados”, pero no nos damos cuenta de que el culto a la pobreza y el desprecio hacia la riqueza nos tienen hundidos.


¿Queremos reconocernos en el espejo del pasado? En lugar de remontarnos hasta los míticos mayas o toltecas, asomémonos al siglo XIX, cuando México nació como país libre y lleno de posibilidades, pero que nuestros antepasados desperdiciaron  en guerras internas, matándose entre sí, hasta culminar con la terrible y espectacular masacre a la que llamamos revolución.


La nuestra es una historia triunfalista con próceres gloriosos e inmaculados. Ante este tipo de críticas surge el enojo de muchos mexicanos; pero hay una lógica innegable: si fuéramos todo lo que decimos que somos, nuestro país seria una potencia mundial… pero no lo es.
                  

Ante ese argumento, nos escudamos en teorías de  la conspiración: el árbitro (en el futbol), los jueces, los ricos, el capitalismo, la globalización, el gobierno, Salinas de Gortari, los gringos, los extranjeros, los vendepatrias… por encima de todos ellos  está el pretexto histórico por excelencia: ¡somos un pueblo conquistado y los gachupines tienen  la culpa de todo! Pero en realidad, cualquiera sirve como chivo expiatorio para justificar nuestra alicaída realidad y para que sigamos viviendo en el mito.
                  

Urge desmitificar a México y a su historia. Seguimos instalados en el mito en ves de impulsar el estudio de la ciencia: clavamos un cuchillo en el pasto para evitar la lluvia en vez de consultar el servicio meteorológico; le pedimos trabajo a la virgencita en vez de acudir con un reclutador; dejamos nuestro futuro en manos de Dios en vez de confiar en la nuestras; le pedimos pareja a un santo en vez de esmerarnos para merecerla ; no hay dinero, pero pueblos enteros gastan los ahorros de un año en una fiesta (cívica  o patronal) o en vestir  a un niño Dios, en vez de invertirlo.


Si digo tantas cosas terribles es porque creo que nuestro México necesita estas verdades. ¿no es envidiable que China haya logrado avances que colocan  su economía muy por encima de la nuestra y la de algunas naciones desarrolladas, cuando estaba en la miseria  hace alguna décadas?  ¿no es profundamente revelador que la república de Angola, en África, crezca más que nosotros? ¿y que nos dice el caso de España que hace cuarenta años echaba migrantes y ahora es un inversionista mundial?  ¿Y que hay de nosotros. Que hasta hace unas décadas recibíamos migrantes y ahora arrojamos millones de braceros hacia el norte?


¿No habría que preguntarse como es que Irlanda y sus obstinados bebedores de cerveza  lograron ponerse  de acuerdo situando en primer plano el bienestar de su país, y que esto haya generado el milagro irlandés? (que no fue causado por san patricio sino por los propios irlandeses) ¿no es admirable que un pantano como Singapur, del tamaño del Distrito Federal y que hace cuarenta años no tenia futuro alguno, genere mas riqueza que toda la república mexicana? ¿o que Vietnam, destruido por una guerra que duro treinta años, haya logrado abatir la miseria en un grado mayor que nosotros?
             

Ante tales interrogantes, surgen otras. ¿Será que México esta hundido en su pasado, con un ancla enorme y una gran venda en los ojos? ¿O tal vez no ha superado los golpes como forma de enfrentar los conflictos y vive del mito de si mismo, sin mirarse en el espejo de su realidad? ¿Por qué en México las declaraciones son más importantes que los hechos?  ¿Por qué será que cuando festejamos nuestra independencia o nuestra revolución los mexicanos sentimos la necesidad de reafirmar nuestra identidad de forma agresiva y gritamos: “¡viva México, cabrones!”?
           

Hay algunas verdades mas que nos caracterizan: gastamos mas de lo que tenemos; vivimos entre fiesta y fiesta o en ebriedad constante para evadir nuestra realidad; desconfiamos de conocidos y extraños; somos anfitriones de doble cara: recibimos al gringo  con una gran sonrisa con sus dólares, mientras pensamos:  “¡pinche gringo!”; somos  tan ingeniosos que nos sobran recursos para transar; somos muy trabajadores… a menos que la virgencita o algún a santo requieran nuestra fiesta holgazanería; con valores familiares de 10 de mayo y valores patrios de 15 de septiembre. Todo eso y mas nos llena de orgullo y lo manifestamos diciendo: “como México no hay dos”.
           

Voltear al pasado nos ayuda a comprender la vida, pero mirar al futuro nos impulsa a luchar por una vida mejor. Juárez, afirmaba que  “futuro y no pasado es lo que México necesita” podemos aceptar que estamos como estamos, porque somos como somos, o vivir en la fantasía de que somos lo máximo, aunque el mundo entero nos demuestre lo contrario.
            

La pregunta obligada es: ¿porque somos así? ¿Cómo es que Octavio Paz, Samuel Ramos y otros tantos estudiosos de la psicología del mexicano concuerdan en que somos desconfiados, individualistas, con visión a corto plazo, taimados, solitarios, con crisis de identidad, trauma de conquistados, complejo de inferioridad? ¡Que malos mexicanos eran Ramos y Paz por decir esas cosas horribles.  ¿Cómo es que algunos culpan a la genética, otros a la cultura, casi todos a la conquista española o a una conspiración de los gringos? 


¿Cómo es que siempre nos sobran las excusas y encontramos una justificación para todo? No se le ha ocurrido pensar, que la razón este en la historia, o más específicamente en la patética y derrotista versión de la historia que nos han enseñado?  Si analizamos con detalle esta historia, nos daremos cuenta  de que todos nuestros glorioso héroes fueron derrotados, traicionados, fusilados  o, en el mejor de los casos, desterrados (la excepción es Juárez). Ahí están las terribles y grandes mentiras de la historia de México, la visión de los vencidos, del derrotado, la historia de los héroes de mármol, perfectos, sin errores.


Tenemos ideas muy arraigadas en nuestro inconsciente colectivo: que descendemos de los aztecas; que nos conquistaron los españoles; que Cuauhtémoc es el primer gran héroe mexicano; que nuestro pasado fue glorioso; que somos los consentidos de la virgencita; que el virreinato es una etapa oscuro de dominio por parte del invasor español; que Hidalgo fue el padre de la patria y lucho por la independencia; que Agustín de Iturbide… (Momento, ¿ese quién es?); que Santa Anna vendió la mitad del territorio mexicano; que los gringos nos quitaron medio país con premeditación, alevosía y ventaja; que existieron los Niños Héroes; que Juárez fue  un pastorcito sacrosanto que llego a presidente, que fue glorioso, que vio por los indígenas; que Porfirio Díaz fue un terrible dictador y que tuvimos una gloriosa revolución que lo quitó del poder y nos llevo a la modernidad y a la justicia social.
            

Pero todo ese discurso histórico no pasa de ser eso, un discurso, bastante alejado de la verdad, que esconde que no descendemos de los aztecas, que los españoles no conquistaron México, que nada hay de heroico en Cuauhtémoc, que nuestro pasado es tan glorioso o estéril como el de cualquier país, que el virreinato es la piedra angular del ser del mexicano, que Hidalgo fue un cura que peleó sin un objetivo claro y que permitió que la turba enfurecida que lo seguía saqueara y asesinara sin cuartel, que Iturbide nos dio la independencia, que los niños héroes son un poema, que Díaz nos dio la modernidad y que México existe, no gracias a la revolución sino a pesar de ella, una venerada revolución que atraso unos cincuenta años al país cuyos vestigios negativos seguimos padeciendo…,aunque la festejemos. 


La historia forma parte el alma  colectiva de un pueblo, forma nuestras ideas, nuestros principios y valores. Una determinada visión de la historia puede catapultarnos al progreso o anclarnos a las supuestas glorias del pasado, permitirnos triunfos o derrotas, sueños o proyectos.  Digámoslo con todas sus letras: la versión oficial de la historia generó en nuestro pueblo un complejo de inferioridad, una crisis de identidad, el trauma de conquistado, la inmadurez crónica, el individualismo y la apatía.


Los mitos modernos de los pueblos están plasmados en su historia; es en ella donde se plantean ciertos arquetipos básicos (imágenes con valor simbólico)  que forman parte del inconsciente colectivo, como los héroes, los villanos y los traidores. Por todo eso, es fundamental hacer los análisis correspondientes para intentar cambiar la personalidad del mexicano, ya que esa forma de pensar es una de las razones que han frenado nuestro desarrollo como nación.


Así pues, la historia, como la de todas naciones y países, está llena mitos, de leyendas…, y de mentiras. Algunos surgieron entre el pueblo, otros fueron creados en las cúpulas de poder; unos son inocentes y otros, terriblemente perjudiciales. Finalmente, todos ellos conforman nuestro ser histórico y nos dan  identidad.  Amar a nuestro México implica no solo decir las cosas buenas de él, sino también decir la verdad, enfrentarla, aunque duela y solo entonces superarla. 

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